miércoles, 23 de enero de 2008

Secreto a todas luces

Las células de la piel mueren muy frecuentemente. Ciertamente la piel que tenemos y tocamos no es la piel que teníamos cuando éramos niños, ni siquiera la que rozó tu mejilla o te estrechó la mano el año pasado.

La capa más superficial o epidermis se compone de un estrato interno de células pigmentadas que están en continua renovación, migrando empujadas por células nuevas hacia la superficie externa. [1]

La piel (recordando cierta publicidad) es como nuestra carta de presentación. Es, también y literalmente, el rostro de la juventud. Por pocas cosas es tan diferenciable la juventud de la vejez como por el aspecto de la piel, su brillo y textura. Madurez y sabiduría son otras de esas cosas.

¿El secreto de la piel? Morir. Renovarse. Morir y renovarse.

Ahí, así al suave, está el secreto de la eterna juventud, el elixir de los alquimistas: morir y renovarse. Morir a viejas ideas. Morir a viejos temores. Morir a viejos conocimientos. Morir a viejas circunstancias. Morir a viejas formas de llevar nuestras relaciones con los otros y con nosotros. Renovar la visión del mundo. Renovar el amor. Renovar el ánimo. Renovar la pasión, el orgullo, la viveza, el deseo, la inteligencia, el error, la lección, la enseñanza, la inocencia, la picardía, el ímpetu, el atrevimiento, la satisfacción, la paz, la calma, la serenidad y nuevamente el ímpetu.

Para el aspecto eternamente joven (en el eterno momento del Ahora) de la piel tanto como de la mente y el alma hay que morir y renovarse... todo en una sola vida, tantas veces como sea necesario.

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[1] Wikipedia

miércoles, 16 de enero de 2008

¡De viaje!

Hoy vamos de viaje mi guitarra y yo. Es en realidad una visita al hospital de guitarras pero es para bien, muy bien.

Yo

Ahí estaba yo, buscándole cariño a las caricias, reclamando pasión a las miradas, calor al frío y sentido al sinsentido... pero sobre todo estaba alimentando la ironía.

domingo, 6 de enero de 2008

Sucedió

...que un día, sin pensarlo ni notarlo, ya era el momento. No en vano las señales se peleaban por llamarme la atención, pero el ego me desviaba la mirada cuando era más inoportuno, así de irónico como es. Y no hubo más que anular el pensamiento por un momento para que se revelara, asombroso y casi irreal, pero por poco tiempo, porque luego sería más real que cualquier otra cosa.

Conclusión: no hay que pensar